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Los García Lorca solían pasar las temporadas de verano en Asquerosa, más tarde Valderrubio, pueblo de la vega granadina donde Federico García Lorca escribió algunas de sus primeras obras.
Mucho más cerca de la ciudad, a menos de un kilómetro de su borde sureste, en el pago de Jaragüi o Fargüi, el padre de familia, Federico García, halló una finca de 36 marjales, algo más de 19.000 metros cuadrados, de tierra de riego, con árboles frutales y destinada para puebla, es decir, cultivo de verduras y legumbres.
Dentro del perímetro había dos casas, una antigua de labor, que habitarían los guardeses, y otra de nueva construcción, que habitarían los nuevos dueños como residencia de verano a partir de 1926. Federico García formalizó la escritura de compra el 27 de mayo de 1925. La huerta, que en un censo de mediados del siglo XVII aparece con el nombre de los Marmolillos y a mediados del XIX se llamaba de los Mudos, pasaría a llamarse en adelante de San Vicente, en homenaje a Vicenta Lorca.
Aunque con los años los García Lorca fueron introduciendo novedades como la luz eléctrica, la radio, el teléfono o el automóvil, la Huerta de San Vicente significó para ellos el reencuentro con el campo, especialmente a partir de 1933, año en que se trasladaron a Madrid. Además del pequeño terreno dedicado a hortalizas para el consumo familiar, se cultivaba trigo, patatas, habas, maíz y tabaco. Los árboles eran ciruelos, cerezos, manzanos, perales, membrillos, nogales, caquis, higueras. Se sembraron álamos negros y blancos en las lindes de la huerta, para no quitar las vistas a la casa.
Isabel García Lorca:
Aquella casa y la huerta la recibimos, yo creo que con esa intención la compró mi padre, como un juguete, como una distracción, viniendo del gran campo abierto, de una vida verdaderamente rural. Aquello era otra cosa. Era un campo habitado, civilizado, hecho a la medida del ser humano. Parecía pensado para vivir gozando de una naturaleza domesticada, de refinamiento impensable hoy día.
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